Cerros en los mitos y leyendas de Lambayeque (1ro A-B)

Selección del libro “Mitos, leyendas y tradiciones Lambayecanas” de Augusto D. León Barandiarán.


Mito de la prisión del diablo y el cerro Mulato



Los ángeles en su lucha eterna con el diablo, cuando lo perseguían, lograron rodearlo y encerrarlo en el cerro Mulato, que se encuentra en los límites de Lambayeque con Cajamarca. Como el diablo no podía escaparse, los ángeles decidieron hacer guardia para custodiarlo, y el diablo determinó pasar aquel encierro en la forma más alegre posible.

Fue entonces que el diablo crió sus gallinas, sembró flores y se constituyó una orquesta. Los animales los sacó de las piedras, el jardín y las flores lo formó de las nubes y la orquesta de las tormentas. Por eso en la falda de aquel cerro se escucha cacarear de las gallinas, el ruido que produce el agua al regar el jardín y se oye la música del diablo. Aquel que escuchara estos tres ruidos maléficos debiera convertirse instantáneamente en piedra, a no ser que resolviera desencantar al diablo, lo cual precisa que se “encompatara“ o se empatara con él, cediéndole su alma en venta, porque sólo así terminará el mito del encantamiento del cerro Mulato y la prisión del diablo.

Sin embargo, en la falda el cerro y en algunas de sus piedras se ven signos misteriosos, caracteres irregulares, propios del ocultismo y de la magia, que no pueden ser descifrados, sosteniéndose que aquel que pueda interpretarlos totalmente desencadenará el cerro y aprisionará al diablo.


(Según relato del Señor Miguel A. Barandiarán)

Mito de la misha de los siete colores, las aguas bravas,
la serpiente de plata y la voz del sol



En la hacienda llamada “Palambe”, en el lindero entre Lambayeque y Cajamarca, existe un cerro aislado y abrupto, célebre por la furia de sus vientos, que casi lo hacen inaccesible y porque la leyenda lo ha hecho asiento de una laguna misteriosa, donde habita una serpiente de plata.

Antes de que el Sol fuera dueño de las esferas, señor de los espacios y amo de los cielos era un simple mortal, casado con su hermana la Luna, ser humano como él.

Cuando ambos consortes recorrían los mundos, tratando de encontrar un lugar que les sirviera de albergue y un sitio que pudieran convertir en hogar permanente, llegaron a la cima de aquel cerro que era bello, tranquilo, alegre y accesible y encantados de la paz que se disfrutaba en él se establecieron allí.

La Luna, aun cuando era un ser femenino, no disponía de los lujos ni de las necesidades de la moda o de la apariencia, y por lo mismo no conocía los espejos, los collares, las pulseras, los afeites o las pinturas, y el matrimonio vivía feliz y dichoso. Pero una mañana en que la Luna se bañaba en la laguna, que en lo más alto de aquel cerro existía un bejuco de color verde pálido le rodeó el cuello y las hojas azules, rojas y violetas de la misha de los siete colores le cubrieron la cara. Tranquilizada la superficie de las aguas, la Luna, se miró a sí misma, convirtiendo a aquella laguna en el primer espejo de la humanidad, se vio bella, adornada con el primer collar y las primeras pinturas de la mujer y enamorándose de sí misma se negó a abandonar la laguna, a pesar de los requerimientos del Sol, su esposo.

Ante las constantes negativas de la consorte, el marido, poniendo en práctica sus artes mágicas procedió al encantamiento del cerro y de sus contornos e hizo que sus aguas tranquilas se volvieran bravas, para que no reflejaran más ninguna faz en su superficie y para que rompiéndose el encantamiento, su esposa, volviera a su poder, hizo que el bejuco se convirtiera en serpiente de plata, a la cual dio el encargo de velar y cuidar del agua de la laguna; hizo que la planta que adornó los labios y las mejillas de la Luna fuera desde entonces la hierba de los magos o de los brujos y que tuviera los siete colores, puesto que se los había dado a la Luna y por último, gritó estentóreamente, para que los demás seres no turbaran el reposo de su hogar y para que otros dioses no pretendieran arrebatarle sus encantos.

Desde entonces las aguas de aquella laguna se volvieron bravas; en sus orillas y rodeándola nació y creció la misha de los siete colores, como una prueba palpable de que ese lugar pertenecía a la familia del Sol; fue creada la serpiente de plata, para que vigilara su hogar, y por último, hizo que sus gritos se convirtieran en vientos rápidos y aires vertiginosos, probando así que la voz del amo de los Cielos se extiende y se oye por todos los ámbitos de la Tierra.

Inaccesible es el cerro, porque la voz espanta; el que mire las aguas se convertirá en bejuco; el que toque la misha se volverá una planta y quien vea a la serpiente de plata morirá espantado.

(Según datos del doctor Rómulo Paredes)


Vida y alma de los cerros



El cerro es un almacén de calor, que se contrapone al frió de la muerte. Por sus taludesdesciende el agua que Rupay, el Sol, envía y que alimenta a las plantas, a los alimentos y a los hombres. Además, el suelo es hijo del cerro, porque no es sino el fruto de su descomposición, que se disgrega por el calor y por los vientos. Si los cerros dan vida, también la tienen. Por eso cuando Rupay, el Sol, tiene sueño, penetra en los cerros y en ellos se duerme: es el hogar del Sol, del calor y de la Luz. Dormirse es morir por etapas; dormirse es desaparecer un poco; despertarse es trabajar; despertarse es también alegrarse.

Si Rupay, el Sol, penetra en los cerros para dormir y sale de ellos para vivir, y siempre es imperecedero, para procurar ser igual a Él, hay que enterrar a los muertos, es decir a los hombre que sueñan con El, debajo de las arcadas, que son las puertas de los cerros para la vida junto al Sol sea eterna dentro de la propia serenidad de la muerte, y después del largo viaje, siguiendo el mismo sendero por donde va Rupay, el Sol, convertirse en nubes blanquísimas que lo reflejen a Él, por como El son generaciones imperecederas de vidas sucesivas y continuadas, ya que se trasmutarán en lluvia y luego nuevamente en nubes; y así retornarán y vivirán eternamente. Ser nube blanca, es la más grande aspiración y el mayor beneficio, porque la nube blanca no siente frío ni hambre, no sufre ni padece y es el símbolo de la serenidad constante y de la paz perpetua y de la felicidad eterna.

Sólo los malos se vuelven nubes negras que reflejan a Supay, el demonio y de la lucha entre Rupay, el Sol, la nube blanca y Supay, el demonio, la nube negra se enciende el rayo, que es el reflejo de la cólera de ambos, cuyo fuego se apaga porque las nubes blancas se transforman en lluvia. Si no fuera, pues por las nubes blancas, el demonio, el rayo quemaría al Mundo.

Por eso precisa enterrar a los muertos en las arcadas de los cerros, con abundantes alimentos, para que estén junto al Sol y para que puedan seguir el largo viaje con el Sol y por su mismo camino.

Cada cerro tiene una alma propia y otra colectiva o grupal. La primera está formada por la vida oculta del mismo cerro y la segunda la constituyen todas las almas de los que han sido sepultados en el cerro y que han encontrado el descanso eterno en su seno.

El alma propia del cerro cuida de las almas de que es guardadora; las defiende y se personifica con ellas. Es tal su decisión y su poder que aquel que pretendiera arrancarle sus secretos o sus tesoros, sería atacado del “mal del cerro” o en cambio “se le comería el cerro”. Aquel mal consiste en una tristeza completa y constante, que conduce irremisiblemente a la muerte y el segundo castigo estriba en que la víctima no volverá a ser vista jamás, porqué el cerro la tomará para sí y la depositará en sus entrañas.

Pero como el propio espíritu del cerro y su alma colectiva necesitan personificarse para vivir, y, como solamente la culebra penetra libremente en las entrañas de los cerros, estos se convierten en culebras de oro, lo que encierra un doble símbolo, ya que el ofidio representa a la tierra, al cerro y al hombre y el metal al Sol, a Dios y al tesoro.

Aquel ser humano que coja o mate a la culebra de oro, poseyendo con ello la cable del enigma, se hará dueño del tesoro, del alma del cerro y de las almas de aquellos que tienen en él su sepultura y que tan avaramente se guardan.

Y ese hombre, dueño del secreto, podría producir a voluntad el “mal del cerro” o hacer que los hombres sean “comidos por los cerros”. Sería, pues el creador de la enfermedad, el dueño del mal y el dador de la muerte.

(Según datos del ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)

 
El mito del oro, la plata y el cobre



El Sol y la Luna no habían tomado estado. Se conservaban célibes y, por lo tanto, no habían producido fecundación ninguna. Los cielos y la tierra, las aguas y los cerros tampoco habían sido fecundados jamás. Los colores no existían y el arco-iris, capa mágica que a tomado ellos los condensa, o lucia con cortina de belleza, en el hogar universal como bandera de triunfo que exhibiría la multiplicidad de la belleza creadora.

Y se produce el primer eclipse entre el Sol, la Luna y la Tierra, y de esta oposición, que es una conjunción y por lo mismo un matrimonio, entre el sol, el padre y la luna, la madre, se produce el hijo, la tierra, el fruto, la fecundación. El vientre de la tierra, ya grávida, lo forman los cerros; las aguas constituyen el líquido en que flota el nuevo ser; los celos que los cubren y rodean, forman la entidad placentaria; las fuerzas cósmicas el cordón de la vida; as vetas de los diferentes, metales son los huesos, los nervioso y los vasos y las diversas clases de rocas las vísceras. Por eso es que los cerros son la representación corpórea de los hombres y nacen, sufren, se enferman, duermen y mueren, se alimentan de granos de maíz y se beben el agua de las lluvias.

El Sol al fecundar y la Luna al ser fecundada perdieron algo de su propio ser, desintegrándose, por medio de sus rayos luminosos, porque en realidad, algo muere en toda fecundación y algo se pierde en toda concepción y así, los rayos del Sol, por su color anaranjado se tornan en el oro; los rayos blancos de la Luna se vuelven plata y se cuajaron en las entrañas de la Tierra , en el vientre de la Tierra , en los cerros de la Tierra , en forma de vetas o de rayos, de los mismos colores, oro y plata, enterrándose, para no perder a su madre y para que en su seno los cobije siempre. Por su parte la tierra, juntando el oro y la plata, el anaranjado y el blanco, produce el color intermedio, el del cobre.

Y de esta manera el oro e hijo del sol, la plata de la luna y el cobre de la tierra, representando cada uno de los metales los colores de esos mismos planetas. Son además la representación de la trinidad peruana. Inti, el sol, el oro, el espíritu intuitivo; Rupay, la Luna, la plata, es el alma pasional y Kon, el cobre, la tierra, es el cuerpo; sabiduría, voluntad y actividad; el Bien, la Bondad y la Belleza; el que piensa, el que ordena y el que; hace la ley, la justicia y la autoridad; el hombre, la mujer y el hijo.

Los hombres, sin embargo, permanecían ignorantes de aquellas maravillosa creaciones basta el día en que el Sol, personificándose, se vuelve antropomorfo y visita la Tierra. Es entonces que enseña a sus hijos predilectos, los hombres, el secreto de los cerros, los conduce a sus entrañas y les muestra las diferentes clases y calidades de metales producido, y les dice:

“Estas tres clases de rayos de luz hechos materia me representan a mí y a la Luna, mi esposa y también a la Tierra, mi hijo: forman parte de nuestro propio ser, son como ustedes, nuestros hijos, con la diferencia de que ellos permanecen encerrados. Úsalos solamente para vuestros agradecimientos sagrados, porque donde estén ellos estará también nuestra ayuda”

(Según datos del ingeniero señor Julio C. Rivadeneyra)

 
Leyenda del diluvio



Como siempre y como en todo existían en la tierra dos clases de seres: los buenos y los malos. Los dos grupos vivían en perenne lucha. Un grupo sabe que el triunfo del otro es la muerte segura y eterna para él, y por esto cada uno de aquellos grupos de hombres fuertes pretende su supervivencia y el aniquilamiento completo del contrario.

Las buenas acciones de los unos van al cielo, a la altura, son las nubes; los malos actos de los otro se quedan en la tierra, son los cerros y montañas, que irguiéndose tratan de alcanzar a sus contrarios para destruirlos miembros, mientras que las nubes, convirtiéndose en lluvia pretenden que las nubes, convirtiéndose en lluvia pretenden la desmembración de las montañas.

Como las lluvias no pudieron acabar con sus contrarios, se produjeron abundantemente y cubrieron en su totalidad a las montañas, tratando de ahogarlas, englobarlas o sujetarlas, única manera de destruirlas, en forma tal que todo el planeta se convirtió en una sola masa de agua. De esta manera los buenos, las nubes, convertidas en lluvia derrotaron a los malos, las montañas de la Tierra, y fue el agua elemento de triunfo para los unos y medio de destrucción para el otro.

Solo se salvo una pareja, hombre y mujer, por que vivían ni en los Cielos en la Tierra, sino en la atmósfera, aquella fue la primera pareja humana. El hombre se dirigió al Occidente y la mujer al Oriente, separándose cada uno en un Océano Pacífico y Atlántico, cuyas aguas se juntaron en ambos polos, es decir e los extremos, para tomar nuevamente sus formas humanas primitivas. Pero como quiera que había agua dulce y salada, no pudiendo separarlas, se pelearon, y volvieron a crearse los seres buenos y los seres malos, fruto de idénticos pensamientos y de los mismos deseos, hasta que un nuevo diluvio, de una sola especie de agua, termine con los malos y dé el triunfo definitivo y eterno al bien.

(Relatado por señor Martín G. Herrera)

Leyenda del águila imperial



A pocas leguas del pueblo de Oyotún, ya en término de los ramales de la cordillera, en la planicie occidental del fecundo valle de Saña, existe un águila bicéfala, altanera y enorme, mirando al poniente. Es de gran altura y se divisa desde algunas leguas del referido valle. Se trata, en realidad, de un mayestático y colosal monumentos antiquísimo de piedra, no se sabe si obra de la Naturaleza o de los primitivos moradores de la comarca, pero el precioso tesoro monumental existe.

La leyenda que encierra ese monumento de granito es ésta. Poco antes del establecimiento del Imperio Incaico, antes también de que los soberanos peruanos ostentaran la “mascaipacha” o símbolo de su autoridad real y la borla, cuando aun se adoraba a los ríos, las iguanas y los árboles, un águila enorme recorrió las costas del antiguo Perú, buscando donde reposar. Todos los volátiles, temerosos se escondieron, el cielo no fue surcado por animal alguno, todos los nidos estaban ocupados y solo el águila bicéfala revoloteaba alrededor de los cerros y de las alturas mirando constantemente al Sol. Ya al caer de la tarde y por mirar la luz de aquel astro se dirigió hacia él, para buscarlo y para seguirlo, pero en ese preciso instante se produjo un eclipse total de Sol, que perturbó al águila, la cual creyendo que era la noche eterna, se posó sobre la parta más alta de un cerro, que desde entonces lleva el nombre de Cerro del Águila.

Aquí la leyenda encuentra como símbolo, la muerte de las viejas devociones y de las antiguas creencias; el triunfo del mito solar y de su culto y el establecimiento, en el Perú, de la dinastía de los Incas.

(Augusto León Barandiarán)

 
Leyenda de la enemistad entre los cerros Chaparrí y Yanahuanca

El Cerro de Chaparrí se encuentra situado en el Departamento de Lambayeque, hacia el noroeste, casi en los linderos con el Departamento de Cajamarca y el Cerro de Yanahuanca pertenece territorialmente a este último departamento. La distancia que separa a ambos cerros es enorme y a pesar de ella y de los milenios ya transcurridos, los dos cerros continúan odiándose e insultándose.

En el Cerro de Chaparrí se encuentra sepultado el cadáver de Chaparioc, célebre cacique que gobernó los contornos, comprendiendo Chongoyape, las haciendas de Pátapo, Combo, Tulipe, Almendral, etc., a todo lo cual se le dio el nombre de Shongoyapu, o sea noble corazón, gran corazón, corazón sagrado.

Chaparioc además de ser el cacique, era el sacerdote que guardaba las enseñanzas puras, el depositario de las doctrinas religiosas sagradas, miembro de la Gran Fraternidad de los seres de Faz radiante; el Supremo Guía de los orillan el sendero de la derecha, el de la evolución y era Gran Oficiante de la magia blanca, que tiende a la superación del espíritu sobre la materia.

Tenía, Chaparioc, su templo iniciativo en un cerro cercano, llamado el Cerro Mulato, en el cual hasta ahora mismo se pueden ver y estudiar una serie de signos desconocidos e indescifrables, todos aquellos esculpidos en las piedras que componen dicho cerro.

Por el contrario, el Cerro de Yanahuanca, estaba habitado por el sacerdote del mismo nombre, quien era un practicante de las malas artes, de la magia negra, de los seres de la faz tenebrosa, que tienden al egoísmo y a la destrucción.

Ambos sacerdotes, por la disimilitud de sus ideas de sus creencias y de sus prácticas, eran enemigos, y como es natural la lucha entre sus huestes no tardó mucho en producirse, procurando cada uno de los jefes conquistar los territorios del otro y denominar en las conciencias de sus contrarios.

Los hombres de Yanahuanca sorprendieron a Chaparioc y a los suyos, habiendo dado muerte aquel cacique, personalmente, al propio Chaparioc, llevándose como trofeo una mata de higo, que fue plantada en la cumbre del cerro de Yanahuanca, que aún existe, y fue trasplantada por este mismo cacique, cuyo nombre significa negra entraña o alma negra.

Los secuaces de chaparioc rodearon el cadáver de su jefe y pidieron a su dios y padre, el Sol, su resurrección, la que consiguieron. Una vez vuelto a la vida, el cacique Chaparioc, reunió a sus hombres y procedió a sorprender a Yanahuanca y a los suyos, a quienes encontró totalmente embriagados, y haciendo uso de sus poderes mágicos, para que no volvieran a la vida, en lugar de matarlos, los convirtió en piedras. De aquí explicado porque entre los cerros Chaparrí y Yanahuanca existe una cordillera de pequeños cerros, que es conocida con el nombre de Cordillera de los Negritos.

Cuando Chaparioc murió de muerte natural, su corazón fue extraído del cuerpo y enterrado aparte, en la cumbre misma del Cerro Chaparrí, en donde se ve actualmente una roca, que tiene el aspecto de un corazón invertido, porque así fue como se enterró el corazón del cacique Chaparioc; con el vértice hacia el Cielo, en prueba de que sus ansias y sus anhelos se habían dirigido y continúan dirigiéndose hacia el bien, hacia el Cielo y hacia el Sol.

Y todas las noches ambos cerros se insultan y se increpan. Chaparioc por la planta de higo que detenta Yanahuanca; éste por su conversión y la de los suyos en piedras y la Cordillera de los Negritos protesta igualmente porque fueron los esclavos de Yanahuanca.

Y así continuará la lucha eternamente, hasta el fin de mundo, porque no sólo luchan ellos, sino también, y como un símbolo, el Bien contra el Mal.

(Relatado por el Ingeniero Señor Julio C. Rivadeneyra)

 
Leyenda del Cerro de las Campanas del Puerto de Eten



En el cerro o morro del Puerto de Eten existía antiguamente un volcán, el cual estuvo apagado mucho tiempo; pero la maldad de los hombres y el relajamiento de las costumbres produjeron la irritación del volcán. El cual para dar aviso de su poder y de su fuerza, comenzó a echar humo, amenazando con arruinar los lugares cercanos, con una de sus erupciones. Como las gentes de la comarca, que corresponde a los pueblos de Reque, Monsefú, Villa y Puerto de Eten, no hicieran caso alguno de este aviso y continuaran en su misma vida disoluta, se produjo una pequeña erupción, que arrojó dos enormes piedras hacia la falda del cerro, que corresponde al Puerto de Eten, y hubiera seguido su acción destructora de pueblos, personas, animales y sementeras, a no ser por un ángel, quien apiadán¬dose de los comarcanos, se arrodilló en esas dos piedras rodadas, rezó en ellas y al colocar sus ma¬nos les imprimió el encantamiento de su argentino son.

Se trataba, en realidad, de dos piedras dioríticas. Una de las cuales tenía una brazada de largo, por media brazada de ancho y el otro poco menos del doble de la primera.

Hoy no existe ya el encantamiento que muchos de nosotros presenciamos, precisamente porque el argentino son que producían ambas piedras, indujo a pensar que se trataba de un tesoro mineral que ellas encerraban y fueron destruidas por un cónsul chileno. Esperando encontrar en sus destrozados restos, sino el secreto del encantamiento, por lo menos, oro en polvo.

Y así, por un menguado y metalizado interés, terminó en los finales del siglo pasado, la leyenda del cerro de las campanas del Puerto de Eten y la misión del Ángel protector.

(Del Ambiente Popular)

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